De café y otros amores.


No lo negare, soy culpable, simplemente no puedo dejar de hacerlo, un día me levanto, hago la cama, miro el clima y sin aviso ya tengo una taza de café en la mano, tentándome con su aroma y la delicada temperatura al tacto, tostado, sutil y sobre todo adictivo…

El café es uno de los productos más consumidos en el mundo, y no los puedo culpar, es delicioso y aporta bastante energía debido a las grandes cantidades de cafeína, luego además, existen un sinfín de razones que aseguran que beber café es bueno para la salud, claro, sin excesos, la pregunta es, ¿Por qué es tan exquisito?

Pues… bien, sabemos que existe una inmensa variedad de café, quiero decir, tipos de grano, técnica de tostado, y modos de preparación, además, añádanle la región y el clima de la misma. Tomando todo esto en cuenta, podemos asumir que sin importar la variedad sigue siendo exquisito, claro, “en gustos se rompen géneros”, y cada quien decide cual es mejor de acuerdo a su paladar, sin embargo, lo que caracteriza a una buena taza de café es el impacto del sabor, me explico, al igual que un vino, el café pasa por una serie de fases una vez en el paladar, vagamente podemos dividirlas en 6, siendo estas la razón de la palatabilidad; Amargura, acidez, aroma, dulzura y regusto, 6 posibilidades distintas de aceptar o no el gustillo, más importante aún, de interpretar el juego de cada parte por sí misma.


En definitiva, el café es una bebida llena de contrastes con una complejidad inigualable, capaz de enamorar a cualquier persona, ya sea con café negro o un capuchino, y dentro de la diversa gama que contiene, puedo asegurar que existe uno para cada distinto habitante de la tierra. Tengan en cuenta, que aún hay muchísimo de donde  buscar; postres, comidas,  cocteles, salsas… es uno de los productos más importantes de la gastronomía, y de alguna manera, de la vida diaria.

After such pleasures
Esta noche, buscando tu boca en otra boca,
casi creyéndolo, porque así de ciego es este río
que me tira en mujer y me sumerge entre sus párpados,
qué tristeza nadar al fin hacia la orilla del sopor
sabiendo que el placer es ese esclavo innoble
que acepta las monedas falsas, las circula sonriendo.

Olvidada pureza, cómo quisiera rescatar
ese dolor de Buenos Aires, esa espera sin pausas ni
esperanza.
Solo en mi casa abierta sobre el puerto
otra vez empezar a quererte,
otra vez encontrarte en el café de la mañana
sin que tanta cosa irrenunciable
hubiera sucedido.
Y no tener que acordarme de este olvido que sube
para nada, para borrar del pizarrón tus muñequitos
y no dejarme más que una ventana sin estrellas.

Julio Cortázar.



Pintura de Cathleen Rehfeld.

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