Café por la mañana.


El viento azota la ventana que da de la calle a la habitación, una helada logra colarse por entre las pequeñas grietas que quedan en medio de los cristales y el marco, la calefacción se estropeo el día anterior gracias a una descarga eléctrica, cosa que no le sentó nada bien al señor Hipólito que en estos momentos está tapado hasta la narices con el edredón tratando de ignorar el inmundo frio que circula pos sus paredes, pero no lo consigue, gira la cabeza para mirar el pequeño reloj dorado que se encuentra encima de la vieja cajonera, con un esfuerzo que parce mayor a la semana pasada logra incorporarse, permanece sentado y encorvado al borde de la cama por al menos 2 minutos, enfunda sus chanclas, las rodillas truenan como como si pisaras ramas secas al ponerse de pie, realiza unos cuantos estiramientos mientras bosteza y comienza a andar con dirección a la cocina que no queda más allá de 3 metros de distancia, las cucarachas buscan esconderse en cuanto prende la luz, suspira mientras busca el pocillo de peltre en la alacena, entre la búsqueda y la irritación se escucha que alguien llama a la puerta de forma inquietante,  tocan de nuevo aun con más fuerza.
-¿Quién diablos se atreve a joderme a esta horas?
Se dice a si mismo Hipólito mientras se acerca a abrir la puerta.
-Buenos Días, ¿Recuerda que día es hoy?-Pregunto un hombre trajeado de aspecto severo y semblante macizo…
-Permítame refrescarle la memoria mi querido señor…Hipólito, hace exactamente 3 meses que usted dejo de pagar la renta de sus cuartos y si en lo que queda de la semana no consigue ponerse al corriente, me temo que tendré que desalojarlo. (Sonrió)
El señor Hipólito escuchaba esto con cierta rabia y resignación, sabía que no podría ponerse al corriente, que todo el dinero que tenía por los años de trabajo en la fábrica de zapatos lo había gastado en hospitales y medicinas para su esposa, por lo menos hasta que ella murió, el resto lo destino a ahogarse en alcohol.
-Lo siento, no tengo como pagarlo- respondió Hipólito con cierta tristeza.
-No, yo lo lamento, tiene hasta el viernes para sacar sus cosas.
Sin más que decir el hombre de aspecto severo y risa burlona tomo el portafolio que había dejado recargado a un lado de la puerta y se marchó.

El señor Hipólito volvió dentro, tomo el pocillo de peltre que estaba sobre la mesa y no en la alacena, lo lleno un cuarto antes del borde y lo entrego a una llama alta de su oxidada estufa,
mientras tanto se hizo con una taza despostillada y sin oreja, le agrego una cucharada de café soluble, una cucharada “copeteada” de azúcar y el agua que ya había alcanzado el punto de ebullición, removió con delicadeza y le pego un sorbo quemándose la comisura de los labios,
solo en ese momento, con ese dolor que le provoco el café hirviendo y el delicado aroma que le subía por las fosas nasales, recordó las palabras de su esposa.
-No importa si lo tomas caliente o frio, con leche o solo, lo que importa es que te sientas vivo en cada sorbo y te dejes acariciar por el gusto que tiene el café.

Cada mañana el señor Hipólito se sentía vivo, tomando café se dejaba acariciar por el vapor y se obsesionaba por el rezago que quedaba entre sus dientes ,  cada mañana se sentía nacer de nuevo… 


-Luit Pold.



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